La depreciación de activos es una mecánica financiera estratégica para financiar el crecimiento, actualizar la tecnología y fomentar la sanidad de la estructura de capital de una empresa.
Con frecuencia utilizamos la palabra depreciación, pero pocas veces nos detenemos a pensar en su significado. En realidad, dentro de la cultura empresarial, esta palabra tiene varios sentidos: “el registro del desgaste que sufre el activo con el uso y el paso del tiempo”; “la pérdida de valor de los activos a través del tiempo”. Estas definiciones son tradicionales, pero insuficientes y nocivas para la administración financiera de la empresa.
Desde la óptica financiera, la depreciación debe entenderse como “el mecanismo financiero por medio del cual se recuperan las inversiones en activos fijos y se financia la reposición de los mismos”.
La depreciación consiste en hacer cargos virtuales al estado de resultados para disminuir intencionalmente la utilidad (no para efectos fiscales) y provocar excedentes de efectivo dentro del flujo de caja, de tal manera que si los accionistas quisieran retirar utilidades, éstas se les pagarían sobre el resultado previamente disminuido por la depreciación. Con ello se garantiza un ahorro de utilidades que se queda dentro de la empresa para que al cabo de algunos años se cuente con el recurso financiero necesario para la reposición del activo.
Por otro lado, la administración de la depreciación implica mucho más que generar la reserva o hacer un registro contable: el recurso que generó la depreciación se debe reinvertir en el activo fijo año con año, mediante la adquisición de cualquier artículo para generar un efecto de bola de nieve.
En la medida en que se reinvierten los recursos reservados con la adquisición de activos fijos, la depreciación también se incrementa año con año. El resultado es que cuando llega el momento de reponer los activos viejos, la depreciación de los activos acumulados permite adquirir el activo en cuestión en el año correspondiente.
El que las empresas mantengan con vida su infraestructura depende de este esquema de administración. Todo el activo fijo debe percibirse como un gran total y se debe utilizar una sola tasa de depreciación que, en la medida en que se reinvierta en el activo, genere este fenómeno de bola de nieve. La consecuencia es que la infraestructura de la empresa se mantiene viva, en constante crecimiento y actualizada con la tecnología.
El esquema anterior generalmente se contrapone con la visión del Contador, que maneja diferentes tasas de depreciación suponiendo que las fija la ley del Impuesto Sobre la Renta (ISR) y que son inamovibles para la determinación de su registro contable. Lo anterior implica una imprecisión conceptual, pues lo que marca la ley del ISR son los porcentajes máximos de deducibilidad para la depreciación.
Una cosa es la cantidad que reserva la empresa para reponer en forma autónoma sus activos fijos, y otra cosa distinta es la cantidad que se deduce como gasto de depreciación a la hora de determinar su base gravable y su cálculo de impuestos.
Las tasas fiscales son de carácter general, hay varios aspectos que no contemplan: la calidad del activo en cuestión, el mantenimiento bueno o malo al que estén sujetos, si trabajan 1, 2 o 3 turnos al día. El problema es que si el activo se desgasta a velocidades más altas que las contempladas en la tasa fiscal y su vida útil termina antes del plazo establecido por ley, se presenta el inmenso problema de reponerlo ante la falta de reservas de dinero, y entonces se presentan las deudas bancarias, los costos financieros adicionales o las necesidades de capital para poder continuar con las operaciones.
En México se habla mucho del atraso tecnológico en el que se encuentra la industria. Hay empresas que trabajan con activos de más de 80 años de uso, incluso hay casos en que ya no se consiguen refacciones para ellos: los mecánicos industriales hacen milagros para tenerlos en funcionamiento. ¿Y esto por qué sucede? ¿No será porque sus administraciones entienden la depreciación como el simple registro del desgaste o la pérdida de valor a través del tiempo? ¿Será que han manejado cargos virtuales a resultados con base en tasas del ISR no estratégicas e insuficientes, y que a final de cuentas en los pagos de dividendos repartieron pedazos de activo?